El Real Madrid no tiene nada que reprocharse en esta Liga y doy por seguro que nada se reprochará. Hasta el penúltimo partido ha hecho los números de un campeón, o eso nos decía la teoría; teoría, bien es cierto, que tendremos que revisar. No es su culpa si esta ley tenía excepciones. Ni es deshonra ceder ante un equipo tan cautivador como el Barcelona, si es que finalmente cede, porque casi tan difícil como esto parecía lo de Tenerife y sucedió dos veces.
Lo que pasó anoche fue, por otra parte, lo que viene ocurriendo toda la vida. Lo mejor del Barça coincidió con lo peor del Madrid y viceversa. Vasos comunicantes, lo llaman, pero igual podríamos hablar de columpios, de desencuentros congénitos o de Richard Burton y Liz Taylor. Mientras el líder, goleador en la primera parte, terminaba pidiendo la hora, el Madrid, angustiado tiempo atrás, regalaba goles y minutos para la rehabilitación de Benzema, el homenaje a Higuaín (veremos si póstumo) y la despedida de Guti.
El penúltimo mérito del perseguidor fue acabar así, en la cresta de la ola. El valor de su triunfo es aún mayor por las maneras y el adversario. Ese Athletic que se pudo pensar comparsa fue un igual hasta el minuto 72, cuando Higuaín marcó el 2-1. Sin olvidar que el visitante compitió con diez por la injusta e inexplicable expulsión de Amorebieta en el 19'. Lo que pudo quedarse en penalti por interceptar un tiro con el brazo fue penalizado también con roja, en evidente delirio arbitral. Cristiano ejecutó el castigo.
Genio.
Pero ni eso pudo con el Athletic. Ante la ausencia de Llorente por decisión técnica, Toquero se erigió en Zatopek y acarició el gol de diversas formas, peinando la bola (qué ironía) o tras robo y galopada. Antes, cada despliegue nacía en los zancos de Javi Martínez y continuaba por el talento de Yeste, que se sumó al homenaje a Guti como si fuera propio, y bien podría serlo, porque ambos son gemelos de zurda y neuronas. Queda por saber si el empate de Yeste fue un regalo o simplemente un prodigio.
Con el Barça como campeón virtual, el Madrid se fue inclinando hacia la portería del gran Iraizoz con su paso de paquidermo. Previsible, pero incontenible. Y, llegados a esas inclinaciones paquidérmicas, siempre aparece el mismo jugador: Higuaín. Le faltará glamour y estilista, pero le sobra coraje y sentido de la oportunidad, virtudes muy valoradas por el madridismo viejo. Después de una palomita de Iraizoz tras un rebote, Higuaín puso cabeza y corazón.
El resto, para el Athletic, fue guarecerse. Frente al Madrid desatado el mejor consejo es evacuar a las mujeres y los niños, proteger el resultado. No lo logró. Sergio Ramos marcó el tercero al culminar una galopada de centrocampista heroico, una de esas que repetiría si le aflojaran las riendas. El cuarto gol lo consiguió Benzema al rematar una atención de Kaká (jugada terapéutica) y el quinto lo firmó Marcelo para confirmar su brillante ingreso en la edad adulta.
Al acabar el partido no se vio un mohín. Allí todos habían ganado algo: crédito, prestigio o respeto. Y aún falta una jornada...
( Artículo de www.as.com)
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